Por Sakura
Me parece increíble que la ciudad de Las Palmas tenga una playa tan bonita con hoteles, restaurantes, bares, bazares, etc. a fin de que los habitantes y los turistas la disfruten día y noche. Además allí fue donde comencé a trabajar por primera vez fuera de mi país. En un restaurante. ¡Qué nervios tenía!
En ciertas épocas del año, el restaurante se abarrotaba de marineros paisanos míos. Tras permanecer varios meses en alta mar arribaban al Puerto de La Luz y tenían tres días de descanso. Como querían disfrutar de esos días al máximo, no dudaban en emborracharse, dar gritos y cantar muy alto. Todo esto generaba un ambiente tenso y extremo. Durante esos días locos en los cuales los marineros venían a cenar, la gente normal no se atrevía entrar en el restaurante.
Cuando la flota salía del puerto, volvía la tranquilidad. Un día el jefe me dijo que fuera a trabajar por la mañana. Aquel día hacía muy buen tiempo: cielo azul, suave brisa, y todo estaba agradable. A pesar de que no era la temporada, entraron dos marineros jóvenes. Cuando terminaron de almorzar, llegaron la mujer y la hija del jefe. Los chicos se quedaron sorprendidos, porque no imaginaban que se fueran a encontrar con una compatriota tan pequeña y simpática en ese lugar. Enseguida demostraron mucho cariño hacia ella. Conversaron un poco y salieron todos juntos a la playa corriendo uno detrás de otro. Se reían y la niña estaba exultante de felicidad. Yo lo contemplaba todo con una sonrisa a través de la puerta de la entrada del restaurante. Me pareció como si fuera un cuadro cuyo marco fuera la puerta y estas tres personas, el cielo azul, la luz del sol y la playa el tema de la pintura. Me gustó tanto que lo guardo como el mejor recuerdo de aquella época.
A los cinco meses, me marché de allí y empecé un nuevo trabajo. Un par de años más tarde se cerró el restaurante. Hoy día si pasean por Las Canteras, se encuentra un nuevo restaurante en aquel sitio. Los que siempre están ahí y no se van son el cielo azul, el sol y la preciosa playa.