La pierna loca

por María Giulia Vincenti

El tío me hablaba de todas las maravillosas ventajas de su producto bancario de inversión, mi pierna empezó a dolerme; por tanto, me levanté, lo saludé rápidamente y me marché.

Se quedó solito, en la silla de bambú de la terraza del bar “Mariposa azul”, mirándome sorprendido mientras la pierna ya me dolía menos.

Pero así no se entiende, entonces empiezo desde el inicio.

La primera vez fue en el jardín de mi tía, la señorita Teresa, soltera de 46 años portados con esfuerzo. Su pretendiente, hecho un figurín, estaba de visita tomándose un té e inspeccionando con atención, más que a su deseada mujer, los bienes que la rodeaban: la casa grande, la pequeñita que había sido el domicilio de los criados en el buen tiempo pasado y, por supuesto, el jardín, ahora un poco descuidado, pero siempre con su encanto.

Mi pierna derecha de repente me dolió, pero fuerte, fuerte y lloré sin poderme parar. Todo el mundo se preocupó de mí y el pretendiente se despidió con prisa. Tras unos minutos el dolor, por suerte, se acabó y todo volvió a la normalidad.

Pero pasó otra vez cuando el colega de mi papá quería un préstamo para hacer no sé qué reforma en su casa. Yo estaba jugando en el pasillo y la pierna volvió a matarme de dolor. Médicos, rayos X, nada de nada: la pierna estaba “perfecta” y una eminencia osó suponer incluso que fuera una forma para atraer la atención de lo demás, ¡qué idea!

Siempre el dolor se iba en el mismo modo en que había llegado: de repente y sin razón aparente.
El día que Miguelito trató de robarme la merienda en el cole de San Ignacio, el día que Pablo se peleó conmigo por unas cartas que su hermanita Lola había enviado en gran secreto – o así habíamos pensado nosotros – hasta el día que me di cuenta que la pierna me avisaba cada vez que alguien era peligroso o tenía mala intención.

Desde entonces no trato de sacar mi singular enfermedad: soporto pacientemente el dolor y le doy gracias a Dios por esta alarma que me salva de las personas malvadas.

Y me da igual que los amigos y los médicos me miren con cara de ocasión -la ocasión de cuando se mira a un loco- : yo quiero mucho la pierna loca y dejo que el mundo diga de mí lo que le dé la gana.

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