Desde hace más de cien años, en Zuckergässle, o en el Callejón de azúcar, hacen posible que todos volvamos a ser niños, endulzándonos nuestra vida con caramelos de infinitos sabores. La nieve adora tanto este mágico lugar que todos los años se detiene, durante unos días, formando un gigantesco caramelo de azúcar. Y yo, irremediablemente, lo echo de menos cada invierno.