Casi 250 palabras

Por Andreas, octubre 2013

Ellos llevaban mucho tiempo preparándose.

Los visitantes vinieron aproximadamente en el año 2500 a. C. y aterrizaron cerca de las pirámides del actual Egipto.

Yo -mejor dicho, mis antepasados- viajábamos desde esa época en nuestro crucero interestelar a través de las vastedades del espacio sideral.

La nave espacial era gigantesca. Tenía kilométricas galerías e innumerables viviendas.

Nací ahí en el año 1000 d. C.

Viajábamos casi a la velocidad de la luz, así surtía efecto la dilatación del tiempo (es el fenómeno predicho por la teoría de la relatividad).
O sea, una persona nacida en el año 1000 en la Tierra que ha vivido 60 años morirá en el año 1060.
Una persona nacida el mismo año en el crucero interestelar -que también ha vivido 60 años- volverá a la Tierra en el año 2000 con 60 años.

Durante toda mi vida vi muchas estrellas, soles y galaxias.

Era una astronave muy grande. Vivían cien mil personas en ella.

Pero la vida podía ser muy normal, como en la Tierra.
Había también un campo de fútbol.
Cuando era niño, a mí me encantaba el fútbol.
Me pasaba muchos días corriendo detrás de la pelota.
Entrenaba con mi equipo los martes y los jueves. Alguien me reñía constantemente porque siempre estaba dispuesto a jugar un partido con mis amigos, pero nunca tenía tiempo para hacer mis deberes.

Un año llegó una chica nueva a nuestra astronave.
Era china, desde la Tierra, en Pekín, China. Con un mapa, nos explicó todo sobre su país y su ciudad. Me encantó conocerla, pero justo cuando empezábamos a ser amigos de verdad, tuvo que marcharse porque era la hija de un científico chino y necesitaba volver a China. Fue una verdadera lástima. Me quedé muy triste.

Pero la vida siguió.

Las reglas decían que cualquier viajero debía volver a casa de sus antepasados.
En el año 2010 aterricé con algunas compañeras en Marruecos. Después viajé a Baviera, el país de mis antepasados.

Hoy vivo en las Islas Canarias.
Pero la verdad es que lo he olvidado todo, he olvidado si todo era verdad.
O solo unas atávicas memorias de un viejo hombre cansado.