Por Melanie
Soy una «británica» de 64 años, casi jubilada. Pongo británica entre comillas porque llevo tantos años viviendo fuera de Inglaterra, en distintos países, que me considero más bien una persona «mundial».
Vine a Gran Canaria buscando aventura y para escapar del frío y de esas noches que empiezan a oscurecer a las cuatro de la tarde en invierno. El hecho de estar tumbada bajo el sol en Navidad en la playa de Las Canteras ya significaba haber encontrado un paraíso y ese fue el comienzo de una vida nueva, sin darme cuenta en ese momento de que terminaría viviendo aquí.
Aunque he trabajado en varios sectores, tuve la gran suerte de encontrar un trabajo en un centro de enseñanza internacional. A través del trabajo conocí a personas de muchos países. Esa gente junto con unos canarios especiales ahora son como mi familia aquí.
Ciertas costumbres me extrañaron y me molestaron al principio. En primer lugar, la gran cantidad de burocracia que pedían para todo y en segundo lugar, cómo con una sonrisa y un tono de voz convincente me decían «mañana» pero en realidad raramente era así.
Me llamó la atención escuchar, casi en cada frase, palabras como «mira», «vale», «mi niña» o «coño» y que cada despedida fuera un «vaya con dios». Me «ofendía» que los hombres nos dijeran piropos a todas en cualquier momento. Después lo veía con gracia. No tardé mucho en asimilar esas diferencias, entre muchas otras más.
A la vez, me encantaba la flexibilidad, la comprensión, la alegría y la amabilidad de la gente canaria. Por ejemplo, me viene a la memoria cuando me detuvieron por no tener los papeles en regla. Expliqué al comisario que la semana siguiente venía mi hermano de vacaciones y pedí que me pospusiera mi expulsión. Me regañó por haberle tuteado, sin embargo, a continuación selló mi pasaporte para unas semanas más. También me acuerdo cuando una vez de caminata en el campo, el chófer de un autobús paró en medio de la carretera para ver si queríamos subir para volver a Las Palmas. No era una parada oficial, ni nada. No puedo dejar de mencionar que muchas veces al visitar el hogar de un canario, no solo nos dio la bienvenida sino nos ofrecía un plato de comida y siempre había de sobra.
Al principio echaba de menos productos típicos de mi país como el té inglés o el «Bisto» para hacer la salsa con el rosbif, añoraba los programas de humor de la tele inglesa, los documentales de la BBC, la puntualidad e incluso las ordenadas colas para esperar turno y, como no, el inglés, mi idioma materno, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que esas cosas más bien eran un vínculo psicológico.
Hoy en día me siento una más aquí y lo único que echo en falta es la familia y amistades.