Situada en la frontera con Ucrania, que se encuentra del otro lado del río Iza, la pequeña ciudad norteña de la provincia de Maramures no sale en las noticias y parece completamente parada en tiempo y espacio, o mejor dicho parada en el pasado. El pasado de una ciudad que contiene una de las más grandes comunidades judías del país (el premio Nobel, Elie Wiesel, nació aquí) y una población multicultural que marcaba la frontera oriental del imperio austro-húngaro. Hoy solo quedan las huellas de ese pasado glorioso en los confines de una región querida y visitada por su aire rural.
Con un población de menos de 35.000 habitantes con todos los pueblitos de su alrededor, se puede decir que todos se conocen entre ellos, o se han encontrado alguna vez por las calles de la ciudad.
En este lugar pintoresco conviven y comparten casi todo en un ámbito de respeto y buen entendimiento rumanos, oriundos alemanes, húngaros, ucranianos y judíos. Parece un cliché, pero es verdad, la gente es muy abierta y bien educada. La ciudad tiene una arquitectura renacentista clásica mezclada con estilo bizantino y gótico, que se aprecia en las iglesias y en los antiguos edificios que ahora se encuentran en el lugar donde hace más de 600 años la gente paraba a cambiar a los caballos de las diligencias para poder continuar el viaje de descenso de la montaña.
La montaña y el océano verde que forma el bosque secular abrigan con frescura la tranquila y pequeñita ciudad que se llama Sighetu-Marmatiei, que siempre me está esperando de vuelta .