Me crié en Mantua (Mantova), una pequeña y antigua ciudad de la región Lombardia que presenta una cantidad paradójica de arte para su tamaño, tanto, que en 2008 fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Tuvo su máximo esplendor durante el Renacimiento, cuando fue gobernada por la potente familia de los Gonzaga. Entre los tesoros artísticos que más merecen una visita destaca el Palacio Ducal de Mantua, un conjunto de varios edificios antiguamente conectados entre ellos a través de pasillos y galerías. Es uno de los conjuntos museísticos más extensos de Europa, una ciudad-palacio de casi 35.000 metros cuadrados. Otro sitio que ver imprescindiblemente es el Palacio Te, la residencia estival de los Gonzagas, con sus Salones de Los Gigantes, de Los Caballos y de Amor y Psiche.
La ciudad está rodeada por tres lagos que regalan una vista encantadora llegando desde el Puente de San Jorge (Ponte di San Giorgio).Desafortunadamente está ubicada en la Llanura Padana, conocida también como Valle del Po, una región geográfica con un clima poco agradable, muy húmedo y con temperaturas altas en verano y bajas en invierno. Para evitar la niebla y el bochorno padanos es aconsejable visitar Mantua durante la primavera o el otoño cuando se pueden recorrer los lagos en bicicleta admirando las flores de loto en flor.
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Además del arte, otro aspecto importante de mi ciudad es el amor por la cocina tradicional. Cuando se trata de comida me pongo bastante patriótica, y en Mantua se pueden saborear dos platos tan ricos cuanto antiguos, los “Tortelli di Zucca” (ravioles de calabaza) y la “Torta Sbrisolona”, un dulce seco con almendras que no se puede probar sin acabarla.
Así descrita, puede parecer una ciudad casi perfecta, bella y pequeña, y quizás en el pasado lo fue. De hecho, hasta los años 50 Mantua era esencialmente un pueblo granjero, pero luego construyeron fábricas a orillas de los lagos, hoy conocidas como Polo Químico, que han causado alta contaminación de suelo y acuíferos.