Antes de establecerme en Gran Canaria, viví en diferentes ciudades de Italia, pero al cumplirse mi vida laboral, elegí vivir en Pavía, una ciudad medieval cerca de Milán, que reunía todo lo que estaba buscando: tranquilidad, naturaleza, una oferta cultural muy vivaz y un río espectacular: el Ticino, el río azul. Fue un cambio notable, porque la gente de Pavía es la más tradicional de toda la región, un poco cerrada en sus tradiciones, muy campesina todavía, estando Pavía circundada de arrozales, pero pronto me di cuenta de que, con solo una sonrisa, se abrían todas las puertas, y detrás de las puertas se encontraban tesoros de amistad, de arte, de historia, de cuentos, y de magia, ¡todo un mundo por descubrir!
Pavía es una ciudad púdica, esconde sus joyas en las estrechas calles de piedras antiguas, en sus iglesias fundadas por los Longobardos en el siglo X, repletas de obras de arte gótico, en su antigua Universidad, famosa desde el siglo XVII por las investigaciones científicas más avanzadas de Europa en Medicina y Electricidad, en sus residencias nobiliarias que albergan, en los patios interiores preciosos jardines con fuentes y plantas exótica. Allí está La Certosa de Pavía, maravilla de mármol, mausoleo erigido por Galeazzo Visconti en memoria de su esposa Isabella d’Este, que murió de parto con solo 21 años, ¡un Taj Mahal italiano, diría yo!
Y la magia del agua… Yo no puedo vivir feliz si no estoy cerca del agua y allí brillaban los atardeceres incendiando el agua de los arrozales; el Ticino, majestuoso, con sus playas de arena, sus orillas verdes, sus rincones salvajes llenos de aves; ¡las acequias de agua clara diseñadas por Leonardo!
Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué al final dejé este lugar tan bonito, que lo tenía todo? Bueno, no me lo podía creer, cuando mi médico me dijo que allí había demasiada agua para mis huesos; que la humedad me estaba afectando hasta los ligamientos; que, si necesitaba agua, tenía que ser agua viva, movida por el viento, no el agua plácida del río, o el agua inmóvil de los arrozales. Todavía me acuerdo que añadí a tanta agua también mis lágrimas…y empecé a buscar un sitio con agua y viento a rebosar. Así encontré Canarias, ¡y empezó otra historia!