Por Maria Morena
El domingo – cansados del caos de la ciudad – decidimos disfrutar de la naturaleza de las medianías de Gran Canaria, sin alejarnos mucho de la ciudad. Por eso, nos dirigimos hacia el Monte Lentiscal y elegimos el “Bodegón Vandama”, un restaurante rodeado de una preciosa finca de viñedos y naranjeros, en un pequeño valle volcánico dedicado a los cultivos. El local, ubicado en una bodega bastante antigua, es muy bonito y acogedor tanto en el interior como en el exterior. Dispone de dos amplias terrazas exteriores, de una sala interior con chimenea, diseñada en un antiguo establo, y de un coqueto jardín equipado con juguetes para los niños.
El menú es variado y no es fácil decidirse por un plato: evidentemente, su seña de identidad es la preparación de carne a la parrilla. No obstante, ofrece también alternativas que puedan ajustarse al paladar de los que prefieren no comer carne: desde entrantes vegetarianos a pastas y arroces, además de una amplia oferta de quesos a la parrilla. Cuenta, también, con vinos de cosecha propia.
Nos comimos un chuletón que se derretía en la boca, acompañado de guarniciones de verduras de producción propia asadas a la parrilla; y para acompañar, saboreamos un tempranillo compuesto por una mezcla de uvas listán negro, listán blanco y moscatel, que nos dejó encantados. Nos hemos sentido fantásticamente atendidos en este bonito restaurante: el personal es amabilísimo, profesional y simpático; los productos son de calidad (algunos de ellos de la propia finca); el vino nos pareció fabuloso. Realmente vale la pena pasar un buen rato y dejarse mimar por el equipo.
En definitiva, servicio muy atento y comida de calidad con precios bastante razonables en justa relación con el nivel del restaurante; todo ello en un entorno único para quien desea alejarse del ruido de la ciudad.