Por Maria Morena
Su mirada es intensa, franca e incisiva; sus facciones, marcadas y fuertes; sus movimientos, armoniosos y elegantes. Su aspecto parece hablar de su personalidad. Es una persona abierta, generosa, altruista hasta el punto de olvidarse de sí mismo. Con él se puede hablar de todo, siempre tiene tiempo para ayudar, aunque sea solo escuchando.
Tiene una relación muy fuerte con su tierra de origen, Gran Canaria, y con su gente. Ama intensamente la tierra donde nació, y sufre íntimamente los destrozos realizados para favorecer las actividades turísticas. Se acalora contando cómo era Gran Canaria antes de que las familias “nobles y ricas” que la habitaban, con la complicidad de la dictatura franquista, se dedicaran a transformar el sur de la isla en lo que se ha convertido hoy: un frío y poco acogedor conglomerado de apartamentos y hoteles que conviven con amplios centros comerciales, repletos de tiendas y locales de ocio… Todo esto a expensas de los canarios que allí vivían, gestionando fincas que llegaban hacia el mar, expulsados de su tierra y obligados a sobrevivir trabajando en la nueva realidad que se les iba imponiendo.
Este hombre está muy orgulloso de sus orígenes canarios. Se le ve la tristeza en la mirada cuando cuenta de los sacrificios que la población tuvo que hacer para librarse de la pobreza y de la opresión de la dictadura. Al mismo tiempo, se le llena la cara de satisfacción cuando habla de la atávica amabilidad de los canarios, de los éxitos que consiguieron a pesar de todas las dificultades encontradas.
Era solo un niño cuando todo su mundo fue cambiando bajo su ingenua mirada. Al ver tanta prepotencia, sufrimiento, injusticia y opresión y, por otro lado, tanta resiliencia, decidió dedicar su vida a ayudar a los más desfavorecidos, actividad que todavía ocupa todas sus energías a día de hoy.