Bayannur, provincia de Mongolia interior, República Popular China.
Es una ciudad del norte del país. La ciudad en sí misma no es especialmente bonita, pero hay tantas otras cosas a destacar que no me resisto en ahorrar mis palabras para alabarla.
Tiene más de trescientos mil habitantes y un extenso territorio. Originalmente era una región de la minoría étnica mongol; con el paso del tiempo los “han”, la etnia mayoritaria de las 56 etnias del país, fue alentada a instalarse como colonos y a mezclarse con los mongoles por cuestiones políticas y sociales. Soy una descendiente de esa minoría ahora mayoritaria, gran parte de mi familia vive aún de y en esta tierra desde hace ya cuatro generaciones.
Los mongoles tienen fama de ser “la etnia que está encima del lomo de los caballos”, porque vivían una vida nómada y trasladaban sus casas (Yurtas) durante las diferentes estaciones buscando alimento para sus animales. Son personas muy entusiastas y hospitalarias, te reciben con bebida y comida rica y abundante, no falta nunca el cantar y bailar en sus fiestas. La honestidad y sinceridad son reconocidas características que destacar en este pueblo, ya seminómada. La energía, la fortaleza física y la resistencia son míticas virtudes de este pueblo que cuando estuvo en el poder de China (Gengis Kan) tuvo la mayor expansión y conquista que se recuerda, pues las hordas mongolas llegaron hasta el Danubio sin oposición.
Tierra amarilla y estepa fértil gracias a las aguas subterráneas de los inviernos nevados. Por las enormes praderas y grandes cadenas montañosas se producen algunas de las mejores carnes que puedan encontrarse, es un ciclo en el que participan multitud de ganaderos y cultivadores en una cadena enriquecedora. También se desarrolla la industria en algunas zonas por su rico suelo de materias primas; desgraciadamente son muy problemáticas, al ser la provincia número uno en la producción de carbón, que inevitablemente trae consigo la contaminación del territorio y sus subsuelos.
Yo destacaría sus viejos barrios con las construcciones maoístas para los campesinos, que les permitía tener también a sus animales en la propia finca, una red de calles y callejones que recuerdan el “viejo orden” en China y el aposentamiento de millares de colonos en esos territorios en medio de una guerra civil.
Los paisajes de mi pueblo se hallan a pocos kilómetros, con la tundra y la estepa como protagonistas, escenarios gigantescos y prodigiosos coronados al norte por la gran cadena montañosa que tenemos en esta gran provincia. Ahí, en esa tremenda estepa, es donde los agricultores y ganaderos sacan sus frutos de estación, necesariamente corta, porque allí el invierno es inexorable, sin apenas primavera y otoño. También por la ciudad pasa el río más caudaloso de china, el río Amarillo, que alimenta a la población que vive de él y al mismo tiempo se ha convertido en peligrosa fuente de contaminación.
En cuanto a cuestiones religiosas, el largo tiempo de ateísmo no ha mitigado el que se celebren ceremonias, casi todas budistas tibetanas o similares , pues era esa la religión mayoritaria antes del advenimiento del ateísmo oficial y de la destrucción de templos y patrimonio. El relajamiento de las opciones personales privadas de los últimos años ha permitido en aspectos religiosos una mayor apertura, siempre que sea discreta y no se haga proselitismo abierto.
En fin, visto desde una perspectiva occidental, no es un sitio turístico ni tampoco está en la agenda de ninguna ruta especial. Aunque como supongo le ocurre a casi todo el mundo, les tengo apego y cariño a las calles por donde circulé feliz y despreocupada de niña, y siempre me alegra el corazón volver, sobre todo porque sé que encontraré a mi familia y a mis jóvenes sobrinas con las que puedo hablar en inglés. ¡Cuántos cambios!