Por C.
El ruido de las olas que se repite siempre igual me produce un estado mental parecido a la meditación, me calma y me ayuda a reflexionar. Mirando el color verde azulado del mar el latido de mi corazón se ralentiza y todo es paz y claridad.
El mar es como la vida, pero más simple, porque se extiende brillante y no dice ni pide palabras. Un silencio que, como una ligera y fresca brisa de verano, aleja las nubes de mis angustias. El mar es maravilloso, lo miro, lo huelo, lo escucho, y él lo sabe y me envía suavemente sus olas espumosas hasta la orilla a recogerme y me invita a participar.
Sumergida en el mar me siento libre: quedarme, flotar, nadar, ir donde el agua es más profunda y fresca, moverme sin miedo, dejarme llevar. Sumerjo todo mi cuerpo y mis ojos están cerrados, porque la belleza no tiene solo necesidad de ser mirada, tiene también que ser vivida sobre la piel… Y no pienso más, porque por un momento tengo todo lo que necesito.