Por Sulaco 62
Hablar hoy por hoy del lugar donde nací ya no tiene sentido porque lo dejé desde muy pequeño, pero sí que puedo describir mi patria chica, el lugar donde crecí y que tuvo mucho que ver con el desarrollo de mi carácter e identidad, en particular modo donde di mis primeros pasos hacia un mundo, donde las aventuras, dolores, risas y llantos dejaron huellas en el niño que ahora escribe como hombre.
El barrio donde me crié estaba en aquel tiempo en una zona periférica de Turín, capital de la región Piemonte y ciudad industrial que en los años 60 era una de la más grande del norte Italia.
Este barrio durante mi infancia era un lugar bastante campestre, un barrio obrero donde la inmigración había llegado con contundencia desde el sur de Italia, gracias al boom económico de la industria automovilística.
Tengo recuerdos muy vivos de la guagua llena de gente que bajaba a la parada situada en frente de mi casa, personas con la mirada cansada, los hombros curvos, la mochila con la fiambrera vacía y el olor a taller mecánico; durante ese periodo trabajar en fábricas era una labor muy dura, las cadenas de montaje destrozaban los cuerpos, pero mientras más se trabajaba más te pagaban.
Recuerdo las manos del papá de un amigo mío, llenas de callos y heridas, y recordaré siempre mis palabras hablando con mis padres…: “yo nunca seré así, yo nunca llevaré este tipo de vida” porque, pensaba, tiene que existir otra manera de vivir sin perder la vida a poco a poco en los engranajes de la industria.
Por suerte así fue; mi familia no navegaba en el oro, tenía una pequeña tienda de ropa, pero los grandes sacrificios de mis padres me ayudaron en el desarrollo de mi infancia dándome la posibilidad de estudiar en colegios donde la educación era bastante buena.
Claramente todas las monedas tienen otra cara, si por un lado las escuelas ayudan a desarrollar las capacidades e inteligencia, por el otro limitan todos aquellos aspectos del individuo que no entran en sus parámetros.
Volviendo a los años de oro de mi infancia, nuevo amigos nuevas aventuras, y así como yo crecía y cambiaba también el barrio cambiaba conmigo, un edificio nuevo cada mes nacía donde antes había campos en los cuales mis amigos y yo jugábamos a fútbol y la nuevas construcciones se trasformaban en nuevas aventuras de exploraciones, y creo que fue en aquel periodo cuando descubrí lo que es tener miedo de verdad, porque la obra donde íbamos a explorar tenía un guardia que nos persiguió como un loco, pero esa es otra historia.
En fin, el hogar de mi vida está en mi corazón y el lugar donde forjé mi identidad y me hizo salir adelante hoy por hoy ya no existe, los campos, los árboles, el río y el pequeño lago han dejado el espacio a los edificios y a las carreteras, que cubren lo que antes era mi patria chica.
Todavía la llevo en mi corazón como una marca indeleble que nuca se borrará.