El Mar #6

Por Tiziana Folcarelli

Mar azul, verde, a veces púrpura, otras veces turquesa;¡cuántos colores tiene el mar!
A veces es tan suave que parece aceite, o solo se mueve, acariciado por la brisa, otras veces es burbujeante, impetuoso, a veces en tormenta, implacable e invencible como un dios que todo lo puede, porque tiene un poder inmenso.

¿Cuántos movimientos tiene el mar? Tiene un efecto beneficioso su incesante y continuo vaivén sobre la arena, calma los nervios y relaja a cualquiera que lo esté admirando.
Cuando su furia cae sobre las rocas y rompe las amarras, entonces da una enorme energía a quien lo mira.

¿Y yo? Yo amo el mar, me emocionan sus caricias, me atraen sus profundidades, me encanta su voz, tanto cuando me habla suavemente, como cuando sus rugidos me aturden.
Es hermoso en todas las estaciones, es maravilloso en cada momento del día y de la noche, es fascinante y nunca me deja indiferente.

El mar #5

Por Ilaria Simone

El mar te da.

El mar te quita.

Quienes no se han criado cerca del mar eso no lo van a entender.

El mar lo es todo.

Paz y tranquilidad durante el invierno; pura diversión durante el verano.

El mar trae vida, pero también lleva la sal, la que absorbe el agua, la seca las bocas. Bocas de quienes, con muchas ilusiones de una vida mejor, abandonan su tierra por mar. Yo he visto a mucha gente llegar por el mar, aprendiendo cosas de otras culturas, con el corazón como si fueran hermanos; he ido con ellos creciendo.

El mar toca muchos acantilados de tierras y pueblos de diferentes culturas y colores, pero todos con las mismas ganas de vivir la vida; vida que el mar da y quita.

El mar #4

Por Laura Zoppo

Muchos momentos felices de mi vida están ligados al mar.

Los recuerdos más lejanos se remontan a cuando, de niña, solía veranear en un lugar marítimo. Y como si fuera hoy, evoco las risas y los chillidos de mis primas y primos, jugando conmigo en el mar, todos juntos. Así fue como, increíblemente, chapoteando y coqueteando entre las olas espumosas, logramos mantenernos a flote. Y luego nos lanzamos a nadar. Por supuesto, mis tías velaban por nosotros en todo momento. Además, uno de mis tíos organizaba pequeñas competiciones de natación de todos los estilos y planeaba diferentes entretenimientos y juegos que nos alegraban muchísimo, por ejemplo, la carrera de resistencia bajo el agua, sin respirar, etc.

Lo cierto es que a mí siempre me ha molestado el agua salada entrándome por la nariz y sigo sin soportarla. Sin embargo, nunca me he decidido a acudir a clases de natación, aunque sé que así podría superar esta y otras limitaciones. Quizás sea que me cuesta corregir esta actitud espontánea y jovial por la que, a la vez, amo y temo al mar.

El mar #3

Por A. P.

Recuerdo una historia que me pasó hace diez años, en septiembre 2012, en el mar Adriático entre Croacia y Montenegro. Estaba trabajando con mi entonces futuro marido para la empresa de sus padres, en un velero donde él era el capitán. Era la temporada de las tormentas, causadas por los vientos bruscos que bajan de las montañas debido al cambio de temperaturas.

En la administración de la marina de Cavtat (Croacia) habíamos recibido el aviso de la tormenta y la recomendación de quedarnos en el puerto. Pero no hicimos caso a la alarma por la obligación de desplazar el barco al punto de recogida de un cliente el día siguiente.

En el momento de la salida las olas estaban aumentando. Yo no imaginaba todavía lo que me esperaba. Ya había salido en algunos temporales, y creía que este era uno normal y corriente.

Mientras más nos alejábamos de la costa, más se incrementaba la resistencia de los motores contra la fuerza del mar. Iba creciendo la amplitud de las olas, y al cabo de un cierto tiempo ya dudaba si habíamos tomado la decisión correcta.

Se notaba que al barco le costaba ir contra el viento como nunca, iba muy lento, aunque con ambos motores, y hacía ruidos sospechosos. Era un catamarán con sus dos lados, con un par de camarotes en cada uno, con un salón en el centro, donde estábamos dirigiendo el barco con la ayuda del sistema de autopiloto y donde nos refugiábamos de las salpicaduras del mar y de los golpes bruscos del barco provocados por los saltos de una ola a otra. Llegó un momento en el que experimenté el estado de ingravidez, porque literalmente el catamarán estaba volando entre el extremo de una ola y el inicio de otra.

Fue entonces cuando dejé de percibirlo como una atracción de montaña rusa y me puse a pensar cuánto aguantaría el catamarán antes de partirse en dos barcos sin vela. Me sentía una astilla en el mar. Una hormiga ante el elemento salvaje de agua.

Y por un instante se me ocurrió un pensamiento que se me clavó y permanece en mi cabeza como una foto de un acontecimiento que marcó un antes y un después en mi vida. Como un cuadro en la exposición de los hechos de mi biografía expuesto en la sala principal.

Dicen que antes de morir ves una película de todo tu pasado en versión acelerada. Yo lo sentí como el último momento de mi existencia, pero no vi el pasado. El cuadro «Novena ola» del pintor ruso Aivazovski, es lo que recordé yo, mirando el sol de color esmeralda, deslucido, atravesando la ola que estaba elevándose por encima del barco, y lo único que pensé fue: «Qué bonita será la muerte».

Afortunadamente, entonces sobreviví y el día siguiente pisé la tierra. Fue mi bautizo marítimo y el inicio de otra página de mi vida.

El mar #2

Por C.

El ruido de las olas que se repite siempre igual me produce un estado mental parecido a la meditación, me calma y me ayuda a reflexionar. Mirando el color verde azulado del mar el latido de mi corazón se ralentiza y todo es paz y claridad.

El mar es como la vida, pero más simple, porque se extiende brillante y no dice ni pide palabras. Un silencio que, como una ligera y fresca brisa de verano, aleja las nubes de mis angustias. El mar es maravilloso, lo miro, lo huelo, lo escucho, y él lo sabe y me envía suavemente sus olas espumosas hasta la orilla a recogerme y me invita a participar.

Sumergida en el mar me siento libre: quedarme, flotar, nadar, ir donde el agua es más profunda y fresca, moverme sin miedo, dejarme llevar. Sumerjo todo mi cuerpo y mis ojos están cerrados, porque la belleza no tiene solo necesidad de ser mirada, tiene también que ser vivida sobre la piel… Y no pienso más, porque por un momento tengo todo lo que necesito.

El mar #1

Por Andrew Stephens

PRIMEROS RECUERDOS

Medio dormido… Bajando la escalera por la mañana, con mi madre. En la mesa de la cocina veo un enorme plato de almejas -vivas, en movimiento-, intentando escapar de su destino. ¡Qué fascinante!

¡A la playa! Hago un castillo de arena amarilla con mis hermanos, pongo una bandera de papel en la torre… y me caigo encima. ¡Qué vergüenza! ¡Qué placer!

Más tarde… Mirando la puesta de sol, de repente, en la distancia avisto decenas de personas flotando en el cielo, poco a poco bajando contra una luz de oro hacia el mar. ¿¡Qué raro!?

Saint-Michel-en-Grève, Bretaña, Francia, 1958.

Aires canarios #11 – Minerva

Por Mariana R.

Minerva es una de las mujeres más guapas que he conocido en mi vida. La conocí hace cinco años cuando las dos empezábamos el mismo día un contrato de trabajo. Tenía una larga melena negra sujeta en una cola de caballo. Siempre tenía los labios relucientes, llevaba joyas y vestidos lindos con flores. Sus ojos oscuros, tallados en su hermosa cara, le brillaban cuando se reía, lo que hacía a menudo, iluminando toda la sala donde estuviera. Estaba obviamente muy enamorada de su novio, a quien miraba y de quien hablaba con adoración. Se sentía muy cómoda consigo misma, parecía descansar dentro de su ser. Hablando con ella, incluso solo estando a su lado, los demás también nos sentíamos mucho más tranquilos en nuestro propio ser. Durante el tiempo que la traté, ella lloró y se rio, porque estaba maravillosamente viva.

Aires canarios #10 – Mi amigo

Por Mariana R.
 
 Él es mi amigo,  
 al que ahora investigo.
 Ovalada es su cara,
 no tiene ninguna tara.
 De manera más concisa,
 siempre tiene una sonrisa.
 Su tez es de caramelo,
 en la lengua ni un pelo,
 ni en la cabeza,
 y no conoce la pereza.
 Su sangre tiene,
 más que la mía,  
 gran cantidad  de alegría,
 muchas fiestas,
 romerías.
 Será por culpa de su apretado pantalón,
 que le salió el corazón,  
 así le ves su alma, 
 la lleva siempre en la palma.
 
 
 
 

Aires canarios #9 – Inma

Si es verdad que los animales se parecen a sus dueños, en este caso vale más lo contrario. Tiene los ojos brillantes y pardos, como el persa que la sigue a menudo, el pelo rizado y canoso fresco de peluquero cada jueves; la piel del rostro arrugada por el sol y el mar. Fue ella la que me abrió la puerta del edificio el primer día que me mudé a esta casa. «Buenos días y bienvenida, mi niña, yo también soy extranjera aquí, soy de Tenerife”, me dijo.
La vecina de abajo, la que lo sabe todo, de pasos lentos y miradas silenciosas. Muchas veces me pareció verle las marcas de la mirilla en vez de las ojeras. Con frecuencia me la encuentro en el portal, conoce los movimientos del edificio entero. Seis pisos, dos familias por piso y ella conoce los horarios, los invitados, las costumbres y mucho más de los demás. A pesar de su complexión y su edad indefinida, muchas veces me parece muy ágil en pegárseme a la espalda cuando menos me lo espero. Jovial, cariñosa, cada dos palabras aparece un Dios. “Hasta luego señora Inma”, “Hasta luego cariño, si Dios quiere”.

Aires canarios # 8 – Mi amigo Miguel

Por Annamaria Precipuo

Estaba esperando al fontanero. Sonó el timbre. Nada más abrir la puerta, me quedé boquiabierta: allí estaba el mismísimo Don Quijote, tal cual lo dibujara Doré: figura escuálida, nariz aguileña, enormes bigotes, ojos inquietantes y larguísimas piernas. Solo le faltaba la lanza. “¿Tiene usted una avería?”, me preguntó impaciente con voz inquisitiva. En dos zancadas se adentró en el piso. Desconcertada, intenté explicarle que el grifo de la ducha perdía agua. “Vamos a por ello”, dijo, con el mismo ímpetu de un caballero andante. Desparramó en el suelo todas las herramientas de su maletín, examinó con lupa cada artefacto, sacudiendo la cabeza con suma desaprobación y, sin decir palabra, se puso manos a la obra. Entretanto, conseguí saber que se llamaba Miguel y que vivía en el edificio de al lado.

Me quedé en la cocina, resignada al desastre.

Después de media hora, Miguel salió del baño con aire triunfante, y dijo: ¡Ya está todo arreglado! Había arreglado el grifo, un tubo del termo, le había cambiado la goma al desagüe del lavabo y había revisado las luces del espejo. El precio del trabajo resultó ridículo.

Aliviada, le ofrecí un café italiano, que aceptó de buen grado, aprovechando para hacerme preguntas sobre mi vida. No tenía una actitud chismosa, más bien amistosa y protectora. Con énfasis caballeresco, me alertó sobre los obreros que estafan a las mujeres que viven solas. Bueno, aunque yo no tenga nada que ver con Dulcinea, su actitud atenta y respetuosa me hizo gracia.

Hoy en día, Miguel  y yo somos muy buenos amigos: dos solteros empedernidos, que valoran la libertad tanto como la amistad sincera y generosa. Tal vez vamos de senderismo juntos, y él me cuenta historias y tradiciones de su tierra; tal vez, cuando preparo la comida italiana que le gusta, lo invito a cenar. Es un hombre sabio y sencillo, orgulloso de sus raíces, un digno representante de su pueblo.