Por Agata Szyplińska
A la primera vista es un ser leve en el tamaño del cuerpo, pero es fuerte en la musculatura, será porque el deporte rellena la mitad de su tiempo libre. Ya por las mañanas suele hacer medio maratón por el paseo de Las Canteras, seguido de un baño refrescante en el mar. Solo en esos momentos, con el cuerpo bien calentado, no se queja de la temperatura del agua. Nada hasta la barra, saluda a los peces y a los pepinos de mar escondidos entre las rocas y vuelve listo para empezar su día normal.
Ahora, saliendo del mar, se le ven bien los ojos pardos, las líneas de las cejas bien marcadas, el pelo desordenado, pero con un corte recién hecho y la barba bien arreglada. Las dosis regulares del sol, juntos con los alisios y la sal le han acariciado demasiado su piel de marinero, que ya está un poco cansada. Su aspecto, unido a la sonrisa inseparable, sigue siendo el de un adolescente, aunque tenga unos 40 años. Sobre todo cuando está en su entorno natural de la playa, con su bañador de colores vivos y de los pequeños, saludando amablemente a la gente desconocida. Difícil tomarlo en serio en estas situaciones.
Y se va a trabajar; su trabajo es poco exigente intelectualmente, pero físicamente sí es duro. Y aunque el sueldo tampoco le deja contento, no quiere cambiarlo, se ha acomodado a ese ritmo del día 5 del mes hasta el 5 del siguiente y a la cantidad de días libres que le dan. Sobre el día 30 le suelen quedar unos pocos euros en su cuenta, lo cual no le preocupa mucho, porque siempre puede contar con los almuerzos en casa de sus padres (con quienes igual pasa un rato cada tarde o por lo menos les llama) o de uno de su amplio grupo de amigos. Todos se apoyan y se quieren mucho. No le dejarían pasar ni hambre, ni soledad.
Ahorrar no sabe… perdón, una vez lo intentó durante unos meses, cuando iba a comprarse la moto. No le salió bien, pues tuvo que pedirle un crédito al banco, que consiguió pagar solo al vender la moto, gastando al final lo que no merecía la pena. El dinero no le importa tanto, suele repetir mucho.
A veces dice que le gustaría viajar, pero siempre le falta dinero para hacerlo y, preguntado, resulta que al final tampoco le parece tan atractivo irse a un sitio menos cómodo y más frío de sus “islas de paraíso”. “Aquí lo tengo todo, ¿qué me falta?”, dice. Una vez fue a Madrid a un concierto de rock y otra a Barcelona a visitar a un amigo, 3 días. Hecho. El resto es el porvenir un día.
Ahora sale de trabajar y va a ver a unos amigos a tomar algo. Han quedado a las 18h, pero a esa hora todavía está saliendo de la ducha. Les escribe: “estoy llegando” o incluso no les dice nada, todos llegarán tarde o le esperarán tranquilamente.
Se van a saludar cariñosamente, reírse, quejarse un poco de los políticos o del dinero, contar unas anécdotas recientes. A uno de ellos le ha pasado otra vez algo, que nunca le sucedería a una persona como las del norte de Europa donde la prevención para sobrevivir se la tienen bien aprendida, a lo mejor por la imprescindible llegada del invierno: se ha quedado sin gasolina en la autopista y tuvo que llamar a la grúa…
Luego, entre carcajadas, van a presumir un poco: quien ha tomado un reto nuevo en algún deporte o quien conoció a una chica. Pero nada serio, es solo para disfrutar de los colores de la vida, como en un baile.
Todo esto transmite un cierto tono de decadencia inocente, algo bohemio sin la profundidad sobrante del arte o la filosofía, pero con su propia forma de creatividad cotidiana ligera y con la actitud del “aquí y ahora”. Todo le sale de forma natural, sin preocupaciones, perspectivas o planes grandes, al final es un genio en su mundo pequeño, perfeccionando el arte de disfrutar de la vida.